viernes, 4 de mayo de 2012

Tauromaquia: De Divino Arte a Ciencia de la tortura.


En 1999, la Iglesia Católica pidió perdón por todas las muertes efectuadas dentro de la Santa Inquisición; en 2007, el gobierno alemán ofreció un disculpa por  las víctimas del holocausto nazi; hoy, en pleno 2012, yo propongo que la industria taurina pida perdón por todos el derramamiento injusto de sangre que, por años, se ha llevado a cabo de forma insospechada y vulgar, en contra de los toros.

Lo advierto, estas líneas están a punto de ir más allá de una simple  y sutil acotación, y sí,  poco a poco me harán parecer un radical en guerra. Una disculpa de antemano, pero no encuentro otra forma o medio de terminar con tanta palabrería alrededor de tan cauteloso tema.

Mucho se ha hablado, a lo largo de la historia, sobre el “arte”  de las corridas de toros; sobre como son parte de la historia y patrimonio de la “cultura”. De cómo no debe dejar de realizarse, pues sostiene económicamente a millones de trabajadores “honrados” que, sin la inversión y producción de este hecho, quedarían sobajados en la miseria.  También he escuchado que, si no fuese por los “arduos” esfuerzos de los criadores de toros,  el toro de Galicia (especie que regularmente se ocupa para las corridas) se encontraría en total extinción. Incluso, me  he topado con gente que lo llama un “deporte” de “alto impacto”. Evidentemente los discursos pro-tarurinos son muchos, pero ¿Qué tanto de éstos son enteramente ciertos?



Primero, empecemos por definir lo que es un deporte. En el pensamiento clásico greco-romano, se le distinguía por ser una actividad para enaltecer, a la par del cuerpo, el espírtu de un ser humano. En el pensamiento tradicional,  se le conoce así a la diligencia física con fines de desenvolvimiento, que acata ciertas reglamentaciones y se realiza en un espacio predispuesto. En este tenor, díganme ustedes ¿Qué clase de enaltecimiento del cuerpo o el espíritu creen que puedan tenerse alrededor de la totura y muerte de otro ser vivo? En el ámbito físico, sólo que me digan que el picar la costilla lateral izquierda del toro con una pica desarrolla el músculo ‘tal’ y requiere la técnica ‘aquella’; y  del espiritual ni hablamos, pues estoy seguro que el asesinato no es precisamente el mejor modo de elevar el espíritu (al contrario, con ello decrece). Por lo tanto, la tauromaquia NO es un deporte.

La definición de arte es muy cercana a la de deporte, sólo que esta se basa más en la creatividad y expresión de sentimientos sobre una disciplina. Schopenhauer decía que la única forma de combatir los dolores de la vida, era mediante la contemplación del arte. Pero no sólo la contemplación era lo que te salvaba de la inminencia del sufrimiento, sino que, inmediatamente, debías entender el arte e inspirarte para crear el propio. Ahora ¿Cómo es que el matar  y torturar públicamente a un animal nos anima a crear nuestro propio arte y desligarnos de dolor?
Lo único que tal acto de violencia nos podría alentar a realizar, sería a cometer más acto violentos; ahora contra algún otro animal e incluso un ser humano.  Además, creo que el asesinato no mitiga el dolor, sino al contrario, es  en si mismo el dolor. Por lo tanto, las corridas de toros NO son un arte.

Por otro lado, la cultura se define como el conjunto de tradiciones y costumbres que pasan de generación en generación, de forma escrita u oral, que permiten el progreso de una sociedad y que la convierten en una civilización. Ahora, revisemos con cuidado. Las corridas de toros son una tradición, sin lugar dudas, pero llamarlas cultura, ya es exagerar demasiado; pues si bien hablamos de una actividad que se ha practicado por siglos y que tiene toda una taxonomía implicada, no ayuda en NADA al progreso de la sociedad ¿Cómo puede ser posible que sea una y no la otra? Sencillo, por ejemplo: el hacer menos el intelecto de una mujer era una tradición, el diferenciar y marcar a una persona por su color de piel era una tradición, el asesinar al hijo primogénito era una tradición; y no por eso cualquiera de esta eran necesariamente buenas  o llevaron más allá a la sociedad que las practicaba. Cualquier acto de violencia, siempre será considerado retrógrada y más alejado del concepto de civilidad. Por lo tanto, las corridas de toros NO son cultura.



Seguidamente, revisamos su teoría de la extinción. Sí bien el mayor porcentaje de la población actual de toros se concentra en los criaderos destinados para las corridas, éste no es el único ámbito en que se les encuentra. También existen criaderos para toros como sementales (para preñar a las vacas) e incluso, reservas protegidas destinadas al desarrollo de la especie en estado salvaje. Así es que si las corridas desaparecieran, la especie no se extinguiría, sólo disminuiría su población que perdón por decirlo, ya es bastante alta tan sólo en libertad; ahora súmenle el cautiverio. Por lo tanto, el que se justifique la consecutividad de las corridas para preservar la supervivencia de los toros es, antes que otra cosa, una incongruencia gigantesca. Disculpen pero ¿Que no acaso el objeto de una corrida es matar al toro?  Las corridas de toros NO velan por la protección de ninguna especie.

También se conoce una defensa, bastante recurrente en gobiernos de consistencia muy popular y con debilidad por los programas de desarrollo social, que tienen que ver con lo sustentable de esta industria.  En ella se habla de que, si se renunciara a practicar las corridas de toros, también se dejaría a millones de personas sin trabajo y destruirían una fuente bastante fuerte de ingresos para el país. Sin miedo he de decirlo: NADIE merece ganarse la vida matando. Sí, el negocio taurino es muy extenso y afable a la economía; al igual que lo sería el negociar con drogas o las redes de secuestro y asesinato. También hay muchas personas involucradas en estas actividades, pero el hecho de verse convertidas en industria no las hace  expresamente lícitas ¿O ustedes permitirían el tráfico de drogas o las redes de secuestro, sólo porque son provechosas para el enriquecimiento del país? La corridas de toros NO son una actividad económica viable.

Existe un viejo proverbio hindú que reza: “Sólo te es lícito matar a un animal para comértelo y, si al momento del comértelo, eso te hace más feliz que el animal cuando estaba con vida”. Aquí hablamos de supervivencia, por lo que no juzgo a aquellos que consumen carne de animales (aunque yo mismo no lo haga); pero las corridas de toro, está por demás decirlo, no son más que un acto irracional e ineludiblemente ocioso que no dispone de otro fin que el de reafirmar el falso predominio del hombre y su incauto delirio por controlar su entorno. Si ha de ser llamada de alguna forma, la tauromaquia no es ni arte ni cultura, más bien es una ciencia; la ciencia de la tortura.





martes, 17 de abril de 2012

Carla Morrison: Cómo cantarle al amor en tiempo de narcos y feminicidios.


En este mundo tan satanizado, lleno de sádicas muertes anunciadas por el presentador matutino en  los telediarios, con crisis económicas que rebasan el tope de lo imaginable y una amenaza perpetua por parte de los traficantes de drogas; es difícil encontrar una historia que no hable sobre como nos  hallamos en inminente caída hacia el fin del mundo.

Si tomamos que la música de una cultura es el reflejo de su realidad, entonces los mexicanos sí que estamos bien perdidos, con ídolos adolescentes vacíos sin más gracia que una asombrosa sonrisa de comercial, algún cantautor con más proteína que talento en su rostro y el presuntuoso grupo de rock que siente que ni el suelo lo merece; el panorama musical nacional no se ve con muchos ánimos de progresar.

Dentro del imaginario actual de la música alternativa (que no es muy alternativa en realidad), se congregan cada vez más un sinnúmero de agrupaciones y artistas con propuestas que apelan al minimalismo y que parecen salidos de algún sueño cursilero, propio de un cantante pseudo - folklorista con grandes anteojos de Ray Ban; como ejemplo claro, Carla Morrison.

Esta jovencita, oriunda de Baja California, comenzó a despuntar en 2010 al ser incluida en la banda sonora de la exitosa serie televisiva Soy Tu Fan. De ahí en adelante, el boca en boca la despegó al estrellato (sin contar el hecho de ser recibida con los brazos abiertos en el club de las amiguitas de Julieta Venegas), pasando de ser una joyita de la música independiente, a la cantante de moda de la muchachita fresa que lo mismo escucha a Coldplay que a Lady Gaga.



Su música se define de manera muy básica: Una chica que canta al amor. Con melodías excesivamente dulces y sonidos muy orgánicos, ella se acerca a las reflexiones del corazón; desde la dicha de encontrar al gran amor, pasando por el sencillo valor del vivir, hasta el lamento profundo de un alma rota. Con tan endeble descripción, uno dudaría sobre la veracidad de su propuesta, una premisa que peca de simplista y poco original. Sin embargo, la mayoría de los críticos reconocidos le han otorgado sólo las más altas preseas, no haciendo más que enaltecer su figura mediática…  pero, ¿Por qué?

He de admitir que por mucho tiempo, yo mismo tuve mis propias reservas. La primera vez que presencié su acto en vivo, fue dentro del marco del Festival Vive Latino, allá en  2011. No sé bien que ocurrió esa noche; si fue la demencia incontenible de los asistentes, los gritos alocados de las muchachitas que no me permitían escuchar el tenue canto de la artista o simplemente el poco dinamismo que Carla poseía sobre el escenario, lo único de lo que sí estaba seguro es que acaba de ser testigo de una de las peores presentaciones que había visto en mi vida.



Decidí darle una segunda oportunidad (a lo mejor lo suyo no eran los conciertos en vivo), adquirí sus piezas de estudio decidido a encontrar la chispa que me hiciera enamorarme de ella. Por desgracia, ninguno de sus álbumes me impresionó y, por el contrario, terminé cansado, con mucho sueño y unas irrefrenables ganas de pedir de vuelta mi dinero. Y no es el hecho de que sus canciones no me gustaran, pero su estilo era tan melódico y armonioso, casi monótono (con arreglos de uno o dos acordes), que a la tercer pista ya aburrían.

Pasé largo tiempo despotricando un sin fin de insultos en su contra, hastiado de que el mundo entero se rindiera a los pies de sus cursis palabrerías. Su expresión me sacaba de quicio, si es que la música suponía ser el reflejo de la realidad ¿Dónde estaba esa realidad? Su natal Baja California es uno de los estados con mayor inseguridad en el país, lleno de feminicidios y crímenes sexuales ¿Dónde estaba esa realidad en sus canciones? Para mi, sus versos no eran más que hipocresía, un bonito melodrama en favor de la amnesia colectiva.

Hace unas cuantas semanas, tuve ocasión de volverla a ver en vivo, pero bajo otras circunstancias. Me encontraba en un lugar privilegiado, que si bien no era exclusivo (la gente todavía podía empujarme), me permitía una vista de lo más deleitante. Comencé el concierto, sin mucho ánimo en realidad, hasta que de pronto, llegó a mí una imagen que me consternó: Carla en el escenario, alumbrada por una ténue luz azul, tomó su guitarra para interpretar el nuevo sencillo Déjenme llorar, incluído en su último material discográfico del mismo nombre. Ya para el final de la pieza, su voz se quebró y la cantante rompió en llanto. Fue allí  cuando me llegó, cual golpe de microbús en quincena, una epifanía: Su música, ella, todo era real.


Para entender la música de la Morrison, hay que tener bien en claro una cosa: ella no reconstruye realidades, sino que se construye en si misma. Bien podría aventarse versos interminables sobre la violencia en las calles y la podredumbre de la sociedad, también podría cantar sobre sus aficiones sexuales (ya saben, muy al estilo Rihanna) o simplemente vestirse con un traje de burbujas y bailar impúdicamente enfrente de una cámara (Perdón ¿Gaga quién?); pero sencillamente no sería real, no estaría siendo ella. Carla es lo que canta; un alma enamorada, una celebración a la vida, una mujer en toda la extensión de la palabra. Ella no traiciona a sus principios ni a su patria, si no habla de narcos y feminicidios es porque no le halla el sentido; su música supone una lucha contra toda esa violencia, un recuerdo de que el amor existe y  puede hallarse hasta en el panorama más desolado. Carla Morrison, algo así como El amor en los tiempos del cólera, pero a la narco-mexicana




martes, 21 de febrero de 2012

Primer acercamiento a un verso con tintes eróticos.

Con seguridad sostuvimos
con iracunda mirada morimos…
en extremada caridad ensombrecidos.

Rezo penetrante con mi boca, por lo bajo susurrando
fuerzas tus labios, cualquiera que sean se contraen empujando
tu sonrisa vívida acompañada de líquido vital
monumental espina que se yergue tan singular
en el onírico espacio de mi felación resultando en un manantial. 

De pronto el pudor me cubre
sin permitirme los recuerdo de placer
aunque creo en tus caderas como religiosa odre
tus gemidos soslayan lo más profundo de mi ser

"Sólo lastimaré a aquel que me ame", 
una resolución perfecta 
dentro del cavernoso universo que no deja de alabarme. 


martes, 24 de enero de 2012

Por todo el amor que le tengo a la televisión...

¿Es cierto, tiene nombre?

Combustión inevitable, sentarme en letargo por más de una cronología segura; sacramento típico del hombre atolondrado en su sala o comedor. Energúmeno de la cuasi realidad, ignorante de aquella estrofa que cantaba victoriosa la agreste era de la libertad.

¿Eso tiene nombre?

Aligera su propia mórbida y polígona obesidad gracias al coloquio cómico, sentimental y atrayente del joven proletario; ese que le causa el total drenado de su chip de memoria integrado, fin de la sinapsis por pasársela bien engarrotado.

¿Enserio eso tiene nombre?

Poseedora de un frondoso tetaje, sin duda, pero de engañosa providencia resulta. Su lactancia es venenosa, encendedor mecánico del líbido de los solitarios "emprendedores" sin fortuna.

¿Ya quedó claro?

No le agrado y me señala: liberal-iluso-radical-idiota; un adjetivo demasiado prologando si consideramos lo raquítico de mi edad. Otórgueme las preseas que me merezca, más me vale morir en beneficio de mis convicciones, mi decoro impúdicamente cimentado, que por pavoroso aullido a causa de levantar su dedo, aquel con tan vulgar "manicurado".

martes, 20 de diciembre de 2011

Dices que yo miento...

Recostado en los muros obscenamente blancos de mi habitación, recuerdo que no te quiero, pues del otro lado del cuarto vociferas acusaciones de carácter ancestral e inverosímil, una prueba más de lo mucho que temes enviarme al espacio sideral. 


sábado, 17 de diciembre de 2011

El diablo bailaba tango.

La danza de hoy es incomprensible,

      La música inaudible. 


           El humeante retazo de tus pies en el aire


               Propinando saltos en la oscuridad, 


                       Rompen el espíritu de aquella ilusión


                               Como el ángel caído de mi flagelante devoción.




domingo, 11 de diciembre de 2011

Salvando a un árbol surrealista

Subí a tus brazos con suave desempeño, en felina forma me acurruque en rugosos besos, mientras contemplaba la inmensidad del cielo en tu atolondrada compañía. 


Pero el ventarrón de fierro se ubicó en el techo, acabando con la inmensidad de tu verde eterno, con la avaricia desmedida de conseguir derrotarte en tu futil lecho. 


Quiero salvarte del ultrajado arte de un empresario del averno, quiero acallar sus flagelantes aspiraciones y poder acuchillarle con el mismo ardor con que él mancillas tus astillas. Pero despierto y recuerdo que ninguno de los dos es real.